"Me sacudo la pesadez del sueño, que persiste, y salgo afuera. El sol me turba un
poco. Me doy cuenta que la espalda me duele y le echo la culpa al colchón, que se hunde en el medio. Miro la llanura que nos rodea, alfombrada por plantas de soja. Se sacuden por la brisa y tornasolan en dos verdes."

"La mirada se cae a un abismo. A veces me marea, a veces me calma hacer eso. Ahora me marea. Mi madre me grita que no me quede pasmado. Me apuro mientras pienso que es una suerte que los aviones fumigadores hayan abandonado el cielo. Ahora lo vuelven a ocupar los pájaros."
"Los aviones estuvieron un par de días, yendo y viniendo, bramando y descargando el veneno contra la tierra. Daba vértigo verlos volar tan al ras. Como el límite era el lote de enfrente, en una de las vueltas pasaron sobre el rancho haciendo cimbrar el techo de chapa. El olor que dejaban era denso y amargo. A pesar de que cerramos puertas y ventanas no pudimos evitar que nos llegará ese rocío asfixiante y durante un par de días anduvimos nauseabundos, con dolor de cabeza y ojos, la garganta seca y lijosa y sin fuerzas para hacer casi nada. De primeras mi madre nos hizo tomar un vaso de leche y nos obligó a vomitar. Ella hizo lo mismo. Ya estamos bien, creo. No así la última tanda de pollitos. Habrán sido unos diez o doce. No se salvó ninguno. Diez o doce pollitos y dos gallinas. Me pregunto por qué no se muere la soja después que le echan eso."

"Me lavo la cara en la bomba que está frente a la casa. El agua fría me hace doler pero me despabila. Agarró una lata destinada a llevar agua, a donde sea, y lleno los bebederos de las gallinas y sigo luego con los del chiquero. Los chanchos toman sol desparramados sobre el suelo oscuro. Se hinchan cada vez que inhalan y vigilan mis movimientos con los ojos entornados. Parecen resacosos. Los lechones, más pequeños, contagiados de esa abulia hacen lo mismo o caminan olfateando el suelo, siguiendo o buscando el rastro de algo."

"El olor a chancho, a mierda y maíz podrido me saturan la nariz. Intento que no me doblegue, pero el vómito trepa por el esófago y lo dejo salir. Una de las crías, la que está más cerca, se apresura a lamerlo. Me da más asco y vuelvo a vomitar. Como no deja de hacerlo le doy una patada en las costillas para que se aleje. El animal chilla y sale espantado. El resto de la piara me mira, con odio, con miedo o una mezcla de los dos. Mi madre abre la puerta, se asoma y me grita que no patee los chanchos. Yo termino de echar agua, cuelgo la lata sobre el mango de la bomba y me pongo a perder el tiempo. Me entretengo disparando con la honda a los pájaros que se posan sobre los cables de luz..."
Textos: Jaula y llanura, Ismael Origlia, Caballo Negro, Córdoba, 2017.
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