“Oigo unos pichones piar, débilmente. Intentó localizar el nido y lo logró. No está lejos. Tampoco cerca. Está en el extremo de una gruesa rama. Se me dificulta alcanzarlo, pero logró hacerlo estirando un brazo todo lo que puedo. Usando dos dedos como pinza, tanteo el cuenco. Adentro está tibio. Atrapo el contenido: dos pichones de gorrión."

"Son tan pequeños y nuevos y con la piel tan fina que se pueden distinguir sus huesos y vísceras. Los sostengo con una mano y con el índice de la otra toco sus diminutos picos para tentarlos a alimentarse con mi dedo. No lo hacen. Tienen los ojos cerrados. Pegados todavía. Se contonean como si fuesen de goma. Parecen de goma. Sus frágiles cuellos, apenas más gruesos que el cabo de un fósforo, aún no pueden sostener la cabeza con firmeza."

"Me aburro y enseguida los decapito dándoles un tirón seco y rotundo. Después me los guardo en el bolsillo de la malla.”
Textos: Jaula y llanura, Ismael Origlia, Caballo Negro, Córdoba, 2017.
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